Conocimiento, belleza y…

Belleza

Árbol amigo

El conocimiento

Un hombre quiere saberlo, por fin. Monta en su bicicleta, se dirige a campo abierto y, lejos del camino habitual, encuentra otro sendero. No hay indicaciones, así que se confía a lo que ve con sus propios ojos ante sí y a lo que su paso puede recorrer. Le impele una cierta alegría de descubrir; lo que antes era más bien un presentimiento, se torna una certeza. Más adelante, el sendero termina a orillas de un ancho río. El hombre baja de su bicicleta: sabe que si quiere ir aun más allá tendrá que abandonar en la orilla todo lo que lleva. Entonces dejará de pisar terreno firme y será llevado e impulsado por una fuerza que puede más que él, de manera que tendrá que confiarse a ella. Por eso vacila y retrocede.
Al dirigirse de nuevo hacia su casa, se da cuenta de que sabe poco de qué cosas ayudan, y de que es difícil transmitirlas a otros. Demasiadas veces le ha pasado lo del hombre que sigue a otra bicicleta, cuyo guardabarros golpetea.

Le grita:
— ¡Eh, tú! ¡Tú guardabarros golpetea!
— ¿Qué?
— ¡Tú guardabarros golpetea!
— ¡No te entiendo!—responde el otro—. ¡Mi guardabarros golpetea!
Algo ha ido mal, piensa. Luego pisa el freno y da la vuelta.
Poco después, le pregunta a un maestro anciano:
— ¿Cómo haces tú, cuando ayudas a otros? Muchas veces vienen a verte personas pidiéndote consejo en asuntos de los que sólo sabes poco. Pero después se encuentran mejor.
El maestro le dice:
— No depende del saber, si uno se para en el camino, y no quiere seguir adelante. Porque busca seguridad donde se pide valor, y libertad donde la verdad ya no le deja elección. Y así va dando vueltas. El maestro, sin embargo, resiste al pretexto y a la apariencia. Busca el centro, y allí recogido espera —como el que extiende las velas ante el viento—, si acaso le alcanza una palabra eficaz. El otro, al acercarse a él, lo encuentra allí donde él mismo tiene que llegar, y la respuesta es para ambos. Ambos son oyentes.
Y aún añade:
— El centro se distingue por su levedad.

Epistemología científica y epistemología fenomenológica

Son dos los movimientos que llevan al conocimiento. El uno se extiende, pretendiendo abarcar algo que hasta ese momento era desconocido, hasta poseerlo y poder disponer de ello. De esta índole es el esfuerzo científico, y bien sabemos lo mucho que ha contribuido a cambiar, a asegurar y a enriquecer nuestro mundo y nuestra vida. El segundo movimiento resulta cuando, aún durante el esfuerzo de tender nuestro pensar, nos paramos y, de algo concreto que podríamos captar, dirigimos la mirada al conjunto. Es decir, la mirada está dispuesta a asimilar simultáneamente lo mucho que ante ella se extiende. Entregándonos a este movimiento, por ejemplo, ante un paisaje, una tarea o un problema, nos damos cuenta de cómo nuestra mirada a la vez se llena y se vacía. Ya que únicamente podemos exponernos a la plenitud y resistir su impacto prescindiendo primero de los detalles. Para ello nos detenemos en el movimiento que se lanza, retirándonos un poco hasta llegar a aquel vacío capaz de resistir la plenitud y la gran variedad. A este movimiento que se detiene y después se retira, y que nos conduce a comprensiones diferentes de las que cabe alcanzar mediante el movimiento que se lanza hacia el entendimiento, lo califico de fenomenológico. Ambos movimientos, sin embargo, se complementan, ya que también en el que se extiende hacia el entendimiento científico a veces tenemos que detenernos para dirigir nuestra mirada de lo particular a lo general y de lo próximo a lo lejano. Por otra parte, también la comprensión lograda mediante el procedimiento fenomenológico requiere la comprobación en lo individual y más próximo.

Hellinger,Bert. Órdenes del Amor. Ed. Herder.

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